Visita
por Juan Baio
El miedo a morir
es casi universal. El miedo a estar
muerto,
en cambio, es más específico. Requiere una imaginación algo
desarrollada. No obstante, también está bastante difundido.
Personalmente lo sufría horrores…
En
verdad, ahora que ya estoy muerto, la cosa es más tranquila de lo
que imaginaba. Hasta diría que es una situación amable. Por empezar
hay pocas interrupciones. Eso sí que lo sufría, de vivo. Estando
vivo, digo. La incontrolable desopilancia del tiempo. La ausencia de
un cuarto de hora enteramente propio. Ahora es más sencillo. No hay
tiempo, ni espacio abierto. Sólo esto, un cuarto propio de nada
ilimitada.
***
Estando
así es más fácil distinguir lo esencial de lo accesorio. Lo
esencial: saberme parte tuya; saberte parte mía, saberme fruto de un
amor posible, no ideal, fallado, fallido y genuino.
Lo
accesorio: tus límites, las formas contingentes de tus bordes
ásperos, rasposos o filosos, tu insuficiencia para aprender a ver de
nuevo lo que te rodea a medida que cambia y ya no se ajusta al hábito
que consagraste para medir la normalidad de tus días, la regla de lo
“sano” y lo “sensato”, tus berrinches abominables, tus
estallidos, esos colapsos celestes, cielo astillado y esquirlas
cayendo sobre mi cabeza.
***
Voy
a visitarte.
***
Ahí
estás. Sentado sobre ese sillón favorito, cómodo pero demasiado
bajo para tus piernas, un poco endebles últimamente. Mirando por la
ventana las nubes oscuras, la hilera de álamos, meciéndose al
viento como si fueran algas inmensas agitándose al fondo de un mar
pretérito atravesado por corrientes frías. Pensás en mí, me
imaginás en ese espacio que se abre frente a vos tras la ventana, en
ese mar imposible me ves nadando por el agua-aire, entre los álamos,
sumergido y tranquilo, en ese otro mundo de sombras que se deposita
sutil sobre el mundo diurno. Pensás que me extrañás, que te
gustaría romper la ventana, arrojarte de cabeza al aire-agua,
buscarme, tocarme, nadar conmigo.
Eso
pensás.
(En
esta condición descubro que una pequeña volición imaginada donde
solía estar mi oreja alcanza para escuchar tus pensamientos. No te
preocupes, no espío más. Quiero que hablemos en igualdad de
condiciones.)
***
Otra
leve volición imaginada donde solía estar mi piel, y ahora me ves,
sentado a tu lado en el otro sillón. Hablamos.
Resulta
más o menos así:
***
-
Hola.
-
Hola hijo. Estaba pensando en vos.
-
Yo también. Hace un rato.
-
Cómo has estado. Tus cosas.
-
Bien papá. Se está bien. Tranquilo.
-
Mucho trabajo… ¿?
-
No se trabaja, se está nomás.
-
Claro, claro. Acá estuvo haciendo buen tiempo. Ahora está horrible.
-
A mí me gusta.
-
Sí, es lindo. Pero viste… y lo tuyo, allá, cómo es, ¿es frío?
-
Ni frío ni caliente.
-
Ajá, ajá. ¿Y estás cómodo? ¿Es grande? Quisiera que estés
cómodo.
-
Muy cómodo. No tiene bordes.
-
Ah mirá vos. Sí, sí, entiendo. Bueno, me alegra que estés bien.
Quiero que estés tranquilo.
-
Vos cómo estás.
-
Yo bien hijito, yo bien. Tengo mis cositas, pero ando bien.
-
Cositas.
-
Nada importante.
-
Podés contarme.
-
Ya sé que te puedo contar. Pero me gustaría, la verdad, que estés
acá.
-
Estoy acá.
-
Sí. Pero así. No es lo mismo.
-
No, lo mismo no es.
-
… bueno hijito, gracias por pasar. Creo que me voy a descansar un
rato.
-
Papá…
-
¿Sí?
-
Todo eso que se rompió... tantas veces, ¿viste? Todo eso roto,
allá, no duele. No está. Sólo quedamos nosotros.
-
Ah, sí. Sí, claro. Entiendo. Mirá vos qué bueno. Me alegro. Buen
viaje hijo. Volvé despacio. Que descanses.